Un español, el riojano Eduardo Martínez Somalo, se hará cargo del gobierno
de la Iglesia desde el momento en que Juan Pablo II muera y hasta la
elección de un nuevo Papa. En su calidad de cardenal camarlengo -la palabra
viene del franco 'kamarling', que significa camarero-, Martínez Somalo será
el encargado de organizar el funeral pontificio, convocar el cónclave y
administrar los asuntos de la Iglesia católica y del Estado vaticano durante
el periodo de interinidad.
Sus poderes, sin embargo, serán muy limitados. Las estrictas normas que
rigen para el momento en que la Sede Apostólica queda vacante, actualizadas
por el propio Juan Pablo II en 1996, garantizan que en el tiempo en que
permanece vacío el trono de Pedro no se toman decisiones de calado. A lo
sumo, algunas 'per módum provisionis' para la custodia y defensa de los
derechos y tradiciones de la Iglesia. El colegio de cardenales carece de
potestad sobre cuestiones que son competencia del Papa en vida o en el
ejercicio de su misión y sólo está autorizado a despachar cuestiones
«ordinarias o inaplazables» y aquellas que se refieren a la elección del
nuevo Pontífice.
Cualquier decisión sobre otros asuntos sería considerada «inválida y nula».
La normativa especifica que, en este momento de transición, las leyes
promulgadas por los diferentes papas «no pueden ser de ningún modo
corregidas o modificadas». En especial, está prohibido alterar las reglas
que ordenan la elección del sucesor. Sólo si alguna disposición es objeto de
controversia porque su interpretación suscita dudas, los cardenales pueden
emitir un juicio al respecto. Todo ello, guardando el más escrupuloso
secreto «sobre cualquier cosa que, de algún modo, tenga que ver con la
elección del Romano Pontífice».
A la muerte del Papa, el gobierno de la Iglesia se paraliza. Todos los jefes
de los dicasterios (nombre que reciben los distintos ministerios del Estado
vaticano), tanto el secretario de Estado, Ángelo Sodano, como los prefectos
de las distintas congregaciones, cesan en el ejercicio de sus cargos. Todos
salvo el camarlengo, Eduardo Martínez Somalo, y el penitenciario mayor, el
cardenal norteamericano James Francis Stafford.
Ruini y
Ratzinger
También permanecen en sus puestos el vicario de Roma, el italiano
Camilo Ruini, y el decano del colegio cardenalicio, el 'todopoderoso'
guardián de la ortodoxia Joseph Ratzinger, a quien corresponde informar a
los cardenales del fallecimiento del Pontífice y llamarlos a Roma para el
cónclave. Tampoco cesa en su cargo el limosnero de Su Santidad para que las
obras de caridad de la Santa Sede no se paralicen.
Como 'Papa en funciones', a Martínez Somalo corresponde evitar el vacío de
poder y velar por que se cumpla la voluntad del Pontífice difunto hasta en
el mínimo detalle. El cardenal español cuenta para ello con una sólida
experiencia en el Vaticano, donde ha pasado la mayor parte de su vida
trabajando en la Secretaría de Estado. Hombre de la absoluta confianza de
Wojtyla, fue su 'número tres' entre 1979 y 1988 como sustituto de Agostino
Casaroli, el secretario de Estado, ya fallecido, artífice de la apertura del
Vaticano a los países del otro lado del Telón de Acero.
Durante nueve años, despachó a diario con Juan Pablo II, le acompañó en
todos sus viajes y le asesoró en las decisiones más delicadas. Cuando
Casaroli cesó por motivos de edad, su nombre sonó para sustituirle, pero
finalmente primó esa ley no escrita que impide que dos no italianos ocupen
los puestos más visibles de la Iglesia católica: la silla de Pedro y la
Secretaría de Estado. Martínez Somalo fue entonces nombrado cardenal y se
incorporó al gobierno de la Santa Sede en las congregaciones de culto divino
y órdenes religiosas.
En 1993 fue nombrado camarlengo y en 1996 protodiácono, encargado de
anunciar al mundo el nombre del nuevo Papa y de acompañar al Pontífice en
las celebraciones más solemnes, como las bendiciones 'urbi et orbi' de
Navidad y Pascua. Con estos nombramientos, el riojano culminaba una
brillante hoja de servicios a la Iglesia, que comenzó en el seminario menor
de Logroño y en la Universidad Gregoriana de Roma, donde se licenció en
Teología y Derecho Canónico. Ordenado sacerdote en 1950, cuando contaba 23
años, en su tierra ejerció como canciller-secretario de la Curia de
Calahorra y profesor de Religión en el Instituto y en el colegio de las
Madres Teresianas.
Todos los años, en el mes de agosto, Martínez Somalo pasa unos días en su
pueblo natal, Baños de Río Tobía, donde residen sus hermanas Julia y Carmen.
Esos días de descanso siempre saca un hueco para acudir al santuario de
Valvanera y a la ermita de la Virgen de los Parrales. Allí celebró el 16 de
julio de 2000 sus bodas de oro sacerdotales con una misa a la que asistieron
las autoridades locales y autonómicas y algunos compañeros de pupitre que
aún le recuerdan como un gran aficionado al deporte y un duro contrincante
en el frontón.
Cuando llame por tres veces por su nombre de pila al Papa difunto y la
Iglesia certifique de este arcaico modo la muerte de Juan Pablo II, Martínez
Somalo habrá mantenido la última conversación con el amigo que le llamaba
simplemente Eduardo.
Noticia del Periódico El Correo Español.